En estos últimos tiempos, a la población juvenil de nuestro país se le ha dedicado este apelativo, especialmente desde sectores conservadores y de ultra derecha y sus medios de comunicación afines, pero, ¿por qué? Bueno, la respuesta se resume en que, a su modo de ver, somos frágiles, hipersensibles y poco preparados para la llamada “vida adulta”. Sin embargo, esta explicación es cuanto menos simplista y engañosa, cuando no directamente un intento de crear un enfrentamiento generacional entre la clase trabajadora, e ignora totalmente las dificultades estructurales y socioeconómicas a las que nos enfrentamos.
Este apelativo es un mero intento de desacreditarnos. No somos de cristal, nos hemos criado con una crisis económica en el 2008, hemos terminado de crecer en 2020 con una pandemia global y hemos salido al mercado de trabajo enfrentando una precariedad laboral salvaje, por no hablar de la gran dificultad de acceso a la vivienda (esto entre otra gran cantidad de problemas). Esta perspectiva sobre nosotros ha influido en la elaboración de políticas públicas paternalistas que, lejos de fomentar autonomía, han contribuido a prolongar nuestra dependencia económica y social, ¿y como resultado qué tenemos? Limitaciones en las oportunidades reales para que podamos emanciparnos, acceder a empleos estables y construir nuestro propio futuro como lo hicieron nuestros padres. Muchas de estas políticas destinadas a “ayudar” a los jóvenes, no han sido más que parches temporales, sin abordar, o tan si quiera intentarlo, los problemas estructurales de fondo. Ejemplo de ello son las ayudas al alquiler, que, si bien alivian temporalmente la carga económica, no resuelven el problema del acceso a una vivienda asequible a largo plazo. Sucede lo mismo en el ámbito laboral ya que la contratación juvenil suele ser sinónimo de trabajo precario que no garantiza una estabilidad, como ejemplo el 43% los contratos fijos discontinuos de 2024 los realizaron menores de 30 años.
En comparación, la generación del “baby boom” (nacidos entre 1946-1964 y denominados así por el aumento de natalidad que hubo tras la segunda guerra mundial) creció en un contexto donde la economía del país experimentó un crecimiento acelerado y constante. Por otro lado, las luchas del movimiento obrero conquistaron y aseguraron una serie de derechos laborales que, al menos en parte, lograron garantizar estabilidad en el empleo. Durante los años 80-90, conseguir un trabajo estable con 20 años era relativamente factible y la adquisición de una vivienda era accesible, no sin esfuerzo, pero sin las barreras de hoy en día.
Mientras que hace años la transición a la vida adulta era mucho más lineal, hoy, debemos enfrentarnos a un mercado laboral hostil, sueldos bajos y precios inalcanzables. La precariedad, más que la falta de voluntad o esfuerzo, es el factor que retrasa la emancipación y la consolidación de proyectos de vida independientes.
Ante esta situación, la respuesta institucional ha venido en forma de ayudas y subsidios que, en muchos casos benefician más a los propietarios de viviendas y a las empresas que a los jóvenes trabajadores. No necesitamos parches, si no reformas estructurales que faciliten el acceso a empleos estables y bien remunerados, así como una regulación del mercado inmobiliario que haga posible la emancipación sin que suponga un riesgo financiero.
No somos una generación de cristal. Somos una generación explotada, estigmatizada y olvidada por quienes toman decisiones desde la comodidad de un sistema que ya no funciona. Y no vamos a quedarnos callados. Exigimos una intervención pública real: un plan ambicioso de acceso a la vivienda pública y asequible, no bonos temporales; una reforma laboral que garantice empleos estables y salarios dignos, no contratos basura disfrazados de oportunidades; inversión en salud mental pública sin listas de espera, no discursos vacíos sobre resiliencia. Queremos el usufructo de la vivienda vacía y la expropiación de las viviendas en manos de los fondos buitre que especulan con nuestro derecho a un hogar. Queremos acceso a la educación superior sin endeudamiento, y políticas que nos permitan construir una vida sin depender eternamente de nuestros padres o del azar.
No necesitamos que nos protejan, necesitamos que nos escuchen. Y si no lo hacen, vamos a gritar más fuerte. Porque no somos el problema: somos la generación que va a dejar de tragar con soluciones mediocres. Y estamos aquí para quedarnos.